18 April 2016

Comerse el mundo



Estaba agusto, eso no podía negarlo. Relajado, tranquilo, disfrutando de no hacer nada. Pero empezaba a sentir la necesidad de salir. Cada día era más acuciante. La curiosidad empezó a hacer mella en su estado de ánimo. ¿Qué estaría pasando ahí fuera, en la vida real?


Un día, ya no pudo más, y decidió salir a ver el mundo.
Pero no lograba encontrar la salida. Desesperado por ver sus planes frustrados, y haciendo acopio de todas sus fuerzas, embistió contra la pared. Tenía que salir por algún sitio, necesitaba salir. Tras varios intentos, se abrió una grieta en la pared. Tras otros pocos intentos, empezó a entrar la luz del exterior. La esperanza se apoderó de él. Siguió embistiendo y embistiendo, parando de vez en cuando a descansar, pues era un esfuerzo extenuante. Estaba empapado. 


Cuando ya creía que sus fuerzas se agotaban, que no lograría jamás salir de allí, la pared se separó en dos trozos. El frío y una luz cegadora lo invadieron todo. Y empapado, temblando y exhausto recibió por primera vez la luz del Sol. Lo había conseguido: allí estaba, donde él quería, en su nido, feliz, listo para comerse el mundo.

Dafne Thaus, Abril 2016
(CC-BY-NC-ND) 

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